Quizá alguien pueda pensar que es absurdo que nos haya dado miedo estar en medio del bosque. Pero es que el miedo se alimenta y transcurre/transcúrre de uno a otro muy rápidamente. Las historias que tenían la cabeza no habían sido más que historias de Halloween del fin de semana anterior, y que se habían contado en la escuela. Al principio, no le había dado demasiada importancia, pero a lo largo de los días siguientes, el miedo aún les impedía disfrutar del bosque como hasta ahora habían hecho. Pellizcaba las entrañas, y esto me hace recordar como cuando a veces, el entorno condiciona nuestras reacciones, y el cerebro, en una vez repentino para sobrevivir es capaz de dar el salto mortal atrás para escapar de aquella situación.
Pero, ¿por qué? ¿Qué necesidad debe explicar hechos que no son de verdad para dar miedo a los niños? Desgraciadamente, la realidad de nuestro mundo ya da bastante miedo. Nosotros somos del parecer que el enemigo del miedo es el conocimiento, y que si sentimos miedo debemos aprender a identificarlo y pensar si verdaderamente responde a una amenaza real o imaginada. Debemos bajar el miedo para convertirlo con prudencia, porque éste nos mantendrá alerta velando por nuestra propia supervivencia, pero no nos impedirá continuar adelante.
Los días siguientes nos costó un poco caminar tranquilamente por el bosque al atardecer. Mediante el trabajo de la confianza, la comprensión de los niños y el de volver a sentir el vínculo con la naturaleza, pudimos volver a andar por el bosque pero no de la misma manera, sino que ahora nos enfrentamos a él teniendo la confianza que aunque haya algo que nos dé miedo lo compartimos, identificamos si éste es real o imaginado y miramos cómo hacemos frente.
La naturaleza puede ser una zona segura, de confort, terapéutica y de aprendizaje, o eso creemos nosotros, por eso es tan importante transmitir esto a los niños, compartiros las experiencias y cómo las intentamos trabajar desde este espacio, la Escuela de Naturalistas.